José Luis Anzizar, por María Teresa Constantin
Embarque inmediato, la actual muestra de José Luis Anzizar, se presenta como el pliegue, que, a la manera de sus deshilachadas costuras, ajusta el sobrante de una amplia tela bordada. Casi tan amplia como que ha rondado, subterránea, la vida misma del artista.
Se trata, esta vez, de una serie de objetos y pinturas, realizados entre 2005 y 2006. A diferencia de la serie Zapatos (2000-2002) y Empanadas (2003) en las que el artista hacía gala de una mordacidad sarcástica y jocosa, estos trabajos imponen una cierta distancia, como la frialdad neutra pero necesaria que ofrece el uso de cualquier mapa o guía. Luego, cada obra ofrece los intersticios que permiten atravesarla. Mapas de ciudades y redes de subterráneos, una servilleta de papel, el envoltorio de un jabón de otro país, recortes de páginas de revistas, una mancha de te o café, chorreados de líquidos, aparecen aquí y allá como vestigios que, a la vez que representan elementos del mundo real, actúan incorporando el verdadero real a la obra. Son fragmentos, trazos humanizados, marcas, de la historia personal que anulan toda distancia y se presentan como rasgos nerviosos que se rebelan contra un mundo demasiado desangelado.
Desde el texto escrito, el título de la muestra, los nombres de las obras, las escrituras sobre el soporte, rodean los diferentes trabajos y trazan la grilla de esta serie: el relevamiento de un viaje incesante entre diferentes aeropuertos del mundo. De eso se trata, en el mundo actual, como señala James Clifford, la pregunta no es tanto “¿de dónde es usted?” sino “¡Entre dónde y dónde está usted?”. En efecto, antes de dedicarse por completo a la práctica artística, José Luis Anzizar trabajaba en una empresa internacional. El cargo que ocupaba lo obligaba a viajes frecuentes y lo convertía en un exponente típico de la posmodernidad: ese viajero que permanece como suspendido en un no tiempo entre las megalópolis del mundo. Pero ya antes de esos desplazamientos, el viaje, ocupaba un sitial de importancia en la vida del artista y Anzizar puede ubicar con certeza su primer viaje en avión con su familia, en 1968, a Montevideo. De allí en más se sumaron unos a otros, como un muestreo todos los viajes: los de huida, los de placer, los necesarios, conformando una constante que aparece en diferentes momentos de su obra.
Así, en uno de los cuadernos del artista - suerte de bitácoras, en las que desde el dibujo registra diferentes momentos de viajes o el deambular libre del pensamiento – aparece registrada una estancia obligada en Singapur. El cuaderno operó como un Plan Desesperado para Escapar de Singapur, en el que se había propuesto realizar un dibujo por cada día. En ese ábaco de descuento Anzizar realiza un dibujo doble, fechado con un día de diferencia, en el que ubica Buenos Aires de día y a Singapur de noche. Ideograma en colores, es un planisferio elemental en el que esa visión plana del mundo le permite comprender esa convivencia planetaria de día y noche, con diferentes fechas. Como en los verdaderos planisferios las matemáticas no pueden dar cuenta de la realidad, son sólo lugares designados que permiten orientar el viaje. Sin embargo, lo mismo que en estos trabajos, actúan de la misma manera que en el renacimiento, cuando los navegantes recogieron las informaciones que permitieron a los cartógrafos realizar los portulanos: otorgan un conocimiento tranquilizador para la ruta.
En 2003, luego de la experiencia del 2001 en Argentina, el artista confrontó su experiencia de viaje con el viaje de los otros. Así desarrolló, todavía con un dejo sarcástico, la serie La vida es chévere, dónde el viaje aparece como los tránsitos de vida contemporánea en sus múltiples opciones. Luego, en 2005, Anzizar realiza en un bunker de Berlin la instalación y performance 9.11-11.9, en la que reflexiona sobre los muros económicos y políticos y los extremos a los que son conducidos los habitantes de las zonas más desfavorecidas del planeta, los cuales son expulsados a dolorosas travesías.
Actualmente, aviones dedos, aviones zapatos, aviones penes, más o menos jocosos transitan estas rutas y aeropuertos. En aquel dibujo de Singapur que mencionáramos anteriormente aparecía un elemento que Anzizar retoma en estos trabajos: una visión distanciada, desde lo alto, de las ciudades. Esa distancia es la que deja ver las pistas de aterrizaje de los aeropuertos como heridas trazadas por una garra. En Landing las diferentes pistas trazan una aguda red que parece diseñar, dinámica, una nueva nave que se apronta a ser perforada por los aterrizajes. En De Gaulle, el orden cartesiano es trasgredido por los chorreados expresivos de color. Más cercanos, dos aviones abren su interior en un dibujo más preciso, recordando que habitualmente Anzizar opera confrontando color y dibujo, orden y desorden, visión macro y mirada detenida sobre lo ínfimo.
Frente a su desapego de viajero frecuente estos planisferios contemporáneos son puntos de referencia de un viaje mayor. De la misma manera, así como en la antigua cartografía se daba un detalle exhaustivo de las costas rodeadas por el vacío del territorio, aquí también los aeropuertos y sus códigos aparecen aislados, referidos sólo a si mismos y a aquellos que están entre y entre.
Vidas por fragmentos, con puntos de llegada y de partida. El habitar, para Anzizar se desarrolla en esos tránsitos, mientras traza los puntos desde donde organizar desplazamientos. Es entonces, cuando los materiales de desecho, los chorreados y collages de color, el dibujo preciso o el bordado de un raquítico menú sobre servilletas de avión, actúan humanizando el trazado. En definitiva, una narración más densa, cargada de historias que ni la posmodernidad triunfante puede borrar.
Maria Teresa Constantin
Buenos Aires, febrero 2006
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