Nueve años de trabajo y mucha intuición, por Juan Calegari
Por Juan Calegari
Para ARS OMNIBUS
Fernando Entín - Un galerista en el centro de la escena
El don de sostener bajo una misma égida el oficio de actor, el culto por lo estético, la dirección de una galería de arte y que, además, todo junto dé un éxito comercial supone un largo y costoso aprendizaje personal. Fernando Entín resume esa figura, ese genio y nueve años de trabajo e intuición: justa amalgama que edificó a Elsi del Río, primero en la calle Arévalo y hoy, en Humboldt 1510, en el epicentro de Palermo Hollywood; un polo de arte, diseño, moda, hotelería boutique y gastronomía en un barrio clave de Buenos Aires, que hoy es sinónimo de "nueva cultura" para los menores de cuarenta años.
Como actor, Entín es un buen director de escena. Forma equipos (con asistente de producción y todo), porque sabe que sólo así se avanza y no le avergüenza pedir ayuda a profesionales y amigos, porque ese aporte humano enriquece su propia dimensión (de actor, claro). Otro secreto del oficio es "No forzar nada. Esto es como un maridaje entre el artista y yo, me tiene que pasar algo corporal, porque yo le doy mucha importancia a lo que me pasa a mí con una obra de arte. Si no, estamos perdidos", sintetiza él. "Yo siento la obra de un artista como propia, como lo haría un buen coleccionista", aclara sin tapujos. El nuevo espacio no tiene nada que ver con aquella vieja casona que lo albergó en un reciente pasado. Hoy, Elsi del Río encontró un concepto hipercontemporáneo en el flamante espacio de la sala, con una arquitectura minimalista (hay 5,40 metros del piso al techo), y un patio jardín interior en planta baja -donde reposa inquietante "Circulando", una sólida escultura en frágil mimbre del delta del río (como Elsi), del artista argentino Edgardo Madanes-, que permite jugar con otras técnicas y disciplinas del arte.
La trastienda y el estudio están en la planta alta de esta impecable caja blanca. Allí, Entín confiesa (perdón), comulga con el placer de un sueño cumplido: "Me fui entrenando para jugar en las ligas mayores, y para que un día se hable de Elsi como de una galería de culto", asegura. Culto que él mismo rinde a los artistas que, de jóvenes emergentes crecieron con la galería, hasta legitimarse en un mercado donde lo bueno y verdadero no tiene porqué estar de moda."Los artistas que forman parte de nuestro menú -destaca- presentan obra que se sustenta por sí misma, sin responder a tendencias de mercado o segmentaciones de edad". Por eso, la galería también se ha posicionado como un referente en el medio artístico local.
Una poética del no deseo
Algo así, pasa con las esculturas estructuras circulares de Madanes, que ocupan el nuevo espa
cio hasta el 31 de octubre, para celebrar la segunda fundación de Elsi. "Infinito" es la primera muestra de este autor en la galería, donde se advierte claramente el rescate del hacer, en la acción funcional del artesano manual, que a este gran artista del silencio y la espera le interesa afirmar desde la materia -mimbre y cuero-, hasta el lenguaje puro de lo inmaterial inmanente.
Sinceramente, Madanes no sabe a dónde va con sus manos y el entrelazo que trama desde el todo (el material que utiliza), hacia una nada, en la abstracción estructural de las línea (oriental), que significa, que no marca, que hunde sus raíces en la memoria, sin tiempo.
El recrea y ennoblece "la mística ancestral de hacerlo todo con las manos".Labor de pocos, ésta de sustraerse al camino de lo prefijado y preconceptual, porque como asegura el escultor: "No hay dos barillas iguales". Como tampoco habrá dos hombres idénticos, similares. Así la obra resulta una clara insistencia en la identidad: lento y orgánico camino del mapa del alma, que sólo se construye "explorando en el espacio del silencio poético". La mágica paradoja del arte que Madanes logra es activar un lenguaje simbólico -de manos, fibras y vetas milenarias- partiendo de un material muy simple, ligado a lo cotidiano.
Más que objetos sus obras son espacios para el espectador. Se sienten ahí, en la caja blanca de Elsi del Río, inevitables e inolvidables a la vista interior del público. Y a los ojos, que solo ven el habla (lo que dice la obra), sin magníficas palabras (en este caso, de sobra).Y, como canta la figura zen, nos atrevemos a decir: "Lento y torrentoso lenguaje de las aguas. Músculo de sed, la barilla de mimbre. Sonido del alma".
Alguna vez escribí que en el vértigo de lo estético, no hay obra de arte. Nada más aplicable a Madanes. Nada más artístico que el movimiento que sugiere la forma de estas obras que oculta la voluntad exasperada, que no hieren con el arco los sentidos, que imperan en la noble belleza del "en sí", y que sugieren un "estar", en la curva ascendente del espíritu.
Madanes toca el espacio de lo uno único. De lo indivisible, sin pasión, y sin fronteras; por fortuna, en paz con la línea que occidente marcó a veces, tan angular.El manifiesta en esta muestra, un arte inasible, total e indefinido, según y con acierto en lo infinito. Al fin, en Buenos Aires -en una galería- un artista sin deseo. Sin recursos retóricos. Sin acuerdo estético y sin siquiera disentir -tampoco- con la bicéfala academia occidental y judeo cristiana de verso alejandrino y tan fundamentalista, a la que pertenecemos casi todos, acá. Academia -quiérase o no-, a la que una obra esencial -latinoamericana- como la de este escultor, no pertenece. En sí, una obra sin cultismos ni ornamentos; que despeja, que auxilia hacia el círculo; que congrega en fuga; que figura hacia adentro: diversa, plural y unicordia.
Cae el telón y la tarde en la cuidad.
Se ve, se nota que al dueño de casa le da mucho placer lo que hace, y no hay frase que Fernando no culmine con una dosis de humor. Es un optimista nato, que avanza -sin culpa- en un mundo (y un medio) donde a veces abundan las caras largas y los autoflagelados, también del arte. Su galería es "su chiche"; su gran juego hedonista. Una especie de obra de teatro que se escribe todos los días, y donde el tono de vital entusiasmo es parte importante del montaje que el director trasmite a la escena pública.
Su faceta histriónica viene dando rienda suelta a mis últimas preguntas. Un signo astral: el profundo y tajante (y generoso) escorpión. Un libro de cabecera: Los 7 días en el Arte, de Sarah Thornton. Una música preferida: cálida y sensual brasileña. Un autor teatral: Eduardo Tato Pavlovky (un grande). Un vino: rojo malbec con añada, pasado por barrica. Una comida: los arroces, todos!!. Humeante arroz azafranado, con pollo (de campo), claro!!. De pies a cabeza, un clásico porteño, no?