Martín Calcagno en Elsi del Río
por M.S.Dansey | SAUNA | Junio 2011 | Año 1 #10
La discusión entre idealistas y materialistas es seguramente una de las polémicas filosóficas más antiguas y que sin embargo no pierde vigencia. Ni siquiera en el mundo del arte conceptual que, del mingitorio a esta parte, ha venido despojándose de todo rastro corpóreo. Será por ese desbalance a favor del concepto, de lo inmaterial, que la muestra de Martín Calcagno en Elsi del Río se destaca entre otras.
“Sueños de un joven enamorado” reúne una docena de esculturas en madera, bronce, oro y cristal que evocan el fantástico idilio de los enamorados. No hay humanos en escena, son animales los que protagonizan las fabulas que se desprenden de cada una de las piezas. Asimismo, si afilamos la mirada, los verdaderos protagonistas de la muestra son los materiales, trabajados de tal manera que destacan sus cualidades originales. Los troncos de eucaliptus y las bases de cedro tienen un pulido profundo que deja su esencia a flor de piel y que se acentúa aún más cuando el artista los emplaza sobre soportes de madera laqueada –negada- que evidencia el tratamiento de las otras, las que interpretan el rol de sí mismas. Tampoco es casual que los espejos tengan sus bordes biselados y que los cristales hayan sido facetados nada menos que por Swarovski, garantía internacional si de brillo se trata. Igualmente las figuras de bronce recibieron una pátina ácida y, luego, un lustre de cera de color, que intensifican esa iridiscencia propia de la aleación de cobre y estaño.
Cada elemento lleva implícito un mensaje que algunos artistas han sabido explotar con maestría. Pienso en los en los povera, en Anish Kapoor, en Eduardo Chillida y en Héctor Oliveira, pienso en Juan Batalla e incluso en quienes trabajan con la luz como Karina Peisajovich, para definir un conjunto caprichoso y acrónico de artistas que apelan al mandato ontológico de los elementos para provocar un encuentro físico, pero también psicológico. ¿Acaso es casual que las alianzas de compromiso, esas que Calcagno utiliza en alguna de sus obras, sean tradicionalmente de oro? ¿Quién podría tener dudas acerca del valor semántico del metal de los dioses?
Algo de esto maneja el artista cuando habla del amor y pone a rodar materiales asociados a la nobleza, a la perpetuidad y al lujo. Se genera incluso la duda de si ellos fueron puestos al servicio del relato como su consecuencia lógica; o si fue al revés, si fue el relato un recurso trivial para reseñar la carga emotiva de la materia. ¿El rubí está ilustrando la pasión ardorosa? ¿O viceversa?
Todo va mucho más allá cuando los distintos elementos se yuxtaponen. El oro compite y le gana en destellos al bronce, que sin embargo se ve más fuerte y resistente. La esfera de vidrio azul aparece todavía mas fría y perfecta sobre la mansa madera clara. Cada obra, entonces, reúne una serie de ingredientes que generan un campo de tensión poética peculiar e interesante.
Sin embargo, más allá de estas cuestiones que podrían considerarse de primer orden, cada una de las obras, y todas juntas, ponen a rodar un relato intencionado. La figuración es claramente ilustrativa y se apoya en la literalidad de la metáfora. Como los amantes, los ratones ratonean, las palomas picotean y los camaleones trepan atrás de ese fetiche tallado en forma de diamante que algunos llaman Amor, y otros, más materialistas, vaya uno a saber cómo. La problemática surge -o mejor dicho, no surge- a la hora del análisis simbólico. Más allá de la ironía, que está presente y es siempre bienvenida, en la muestra no se encuentran mayores brillos que los que impone la anécdota del cuento de hadas. La cuestión matérica, en cambio, sí da un paso más allá, fuera de la sala. Los sueños de este joven enamorado tienen una instalación satélite en el Centro Cultural de España en Buenos Aires. Allí, en la vidriera del local de la calle Florida al 900, Calcagno monta una de sus esculturas, un camaleón con los ojos de cristal trepando a un tronco desde donde cuelga un corazón facetado. El conjunto a su vez está apoyado sobre una serie de láminas de papel crudo que se despliegan sobre el espacio aéreo del escaparate y establecen un diálogo con el tronco con el que comparten color, textura y pulpa. Esta operación, que habla del devenir matérico, de los estados de la sustancia, de sus edades, consituye, desde mi punto de vista, una apuesta mucho más interesante que todo lo figurado. A decir verdad, el amor es más cuestión de esencia que de forma.