Los paisajes de la imaginación, por Laura Isola
Recursos. La artificiosidad del color, las formas espiraladas y envolventes, las chorreaduras y abstracciones: detalles que hablan de la relevancia de la fuerza de la naturaleza en el trabajo de Sturgeon.
El artista argentino (Buenos Aires, 1952), que pasó por los talleres de maestros como Carlos Gorriarena y Aníbal Carreño, propone en su nueva muestra un diálogo con la poesía del poeta inglés John Keats. Pero en lugar de sumergirse en la agonía o en la oscuridad (el recurso más a mano) lleva su trabajo a una vitalidad incómoda. Las obras pueden verse hasta el 28 de abril en la galería Elsi del Río.
Por Laura Isola Diario Perfil 27 de Marzo de 2011
Veinte años después de la muerte en Roma en 1821 de John Keats, el magnífico poeta del romanticismo inglés Joseph Serven realizó un cuadro que se llama Keats escuchando a un ruiseñor en Hampstead Heath. En esa obra del pintor y amigo del autor de Oda a una urna griega se ve el retrato de cuerpo entero de Keats que se imprime sobre un paisaje verde y abigarrado que lo eleva en su contemplación. Lo que no está, pero se escucha entre las ramas, es el ruiseñor que interrumpe la lectura del poeta.
Ese pájaro, a su vez, remite a la propia poesía del autor. En 1819, ya enfermo de tuberculosis, escribió Oda a un ruiseñor, uno de sus mejores y más conocidos poemas. En esos versos aparece un yo lírico, melancólico y moribundo, que se compara con la potencia de la naturaleza, exhibiendo la fugacidad de la vida. Tanto el cuadro como la oda proyectan una imagen oscura y triste de este gran autor que descansa en el “cementerio de los poetas”, tal como se conoce al cementerio protestante de Roma, bajo una lápida con un epitafio que reza: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua”.
Entonces, cuando vemos Bad Keats, la muestra que Richard Sturgeon inauguró en Elsi del Río, no sorprende la relación entre un pintor y ese poeta. Por supuesto que los modos de inspiración son otros, así como el tiempo y las circunstancias. En el caso de Sturgeon, trabaja con una paleta de tonos claros y brillantes que van enlazando las figuras orgánicas, al tiempo que conjuran el tono lúgubre del amigo y contemporáneo de Lord Byron y Shelley. Transformado por el poeta romántico no puede sino dejarse influenciar por la naturaleza, aunque por su arte ha pasado todo el siglo XX, incluida una buena dosis de psicodelia.
Es de esa manera que Sturgeon resignifica la figura de Keats. Ya no es el vate agónico de los versos “Me duele el corazón y un pesado letargo/aflige mis sentidos tal si hubiera bebido/cicuta o apurado un opiato hace solo/un instante y me hubiera sumido en Leteo”.
Para este artista plástico que nació en 1952 en Buenos Aires, Keats es un “chico malo”, o bad kid en el juego que la fonética propicia, y no tanto un moribundo incomprendido que quiere beber las aguas de uno de los ríos de Hades, como en su propia existencia. La referencia a la muerte o el adormecimiento por el opio se contrapone con la vitalidad que tiene el paisaje como reino de la Belleza en esta misma oda. Para el artista argentino, la Madre Natura cumple otro papel. Nada tranquilizador hay en las grandes telas de Sturgeon. Más bien, sus pinturas inquietan y movilizan esa visión más clásica de una naturaleza complementaria con el artista.
La artificiosidad del color, las formas espiraladas y envolventes, el recurso de la chorreadura, la abstracción y la pintura en carne viva hablan de otro modo de transgresión pero sin anularla, en absoluto. Son paisajes mentales, producto de una imaginación vasta que se deja llevar por el impulso creativo. Hay un ritmo más eléctrico y punzante en el devenir de las figuras de este plástico alumno de Gorriarena más que los trinos del ruiseñor que aquietan el alma compungida del joven inglés del siglo XIX. Igualmente hay música. Que como escribió alguna vez Keats: “Las melodías que pueden escucharse son dulces, pero aquellas que no pueden escucharse lo son más”.
El artista argentino (Buenos Aires, 1952), que pasó por los talleres de maestros como Carlos Gorriarena y Aníbal Carreño, propone en su nueva muestra un diálogo con la poesía del poeta inglés John Keats. Pero en lugar de sumergirse en la agonía o en la oscuridad (el recurso más a mano) lleva su trabajo a una vitalidad incómoda. Las obras pueden verse hasta el 28 de abril en la galería Elsi del Río.
Por Laura Isola Diario Perfil 27 de Marzo de 2011
Veinte años después de la muerte en Roma en 1821 de John Keats, el magnífico poeta del romanticismo inglés Joseph Serven realizó un cuadro que se llama Keats escuchando a un ruiseñor en Hampstead Heath. En esa obra del pintor y amigo del autor de Oda a una urna griega se ve el retrato de cuerpo entero de Keats que se imprime sobre un paisaje verde y abigarrado que lo eleva en su contemplación. Lo que no está, pero se escucha entre las ramas, es el ruiseñor que interrumpe la lectura del poeta.
Ese pájaro, a su vez, remite a la propia poesía del autor. En 1819, ya enfermo de tuberculosis, escribió Oda a un ruiseñor, uno de sus mejores y más conocidos poemas. En esos versos aparece un yo lírico, melancólico y moribundo, que se compara con la potencia de la naturaleza, exhibiendo la fugacidad de la vida. Tanto el cuadro como la oda proyectan una imagen oscura y triste de este gran autor que descansa en el “cementerio de los poetas”, tal como se conoce al cementerio protestante de Roma, bajo una lápida con un epitafio que reza: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua”.
Entonces, cuando vemos Bad Keats, la muestra que Richard Sturgeon inauguró en Elsi del Río, no sorprende la relación entre un pintor y ese poeta. Por supuesto que los modos de inspiración son otros, así como el tiempo y las circunstancias. En el caso de Sturgeon, trabaja con una paleta de tonos claros y brillantes que van enlazando las figuras orgánicas, al tiempo que conjuran el tono lúgubre del amigo y contemporáneo de Lord Byron y Shelley. Transformado por el poeta romántico no puede sino dejarse influenciar por la naturaleza, aunque por su arte ha pasado todo el siglo XX, incluida una buena dosis de psicodelia.
Es de esa manera que Sturgeon resignifica la figura de Keats. Ya no es el vate agónico de los versos “Me duele el corazón y un pesado letargo/aflige mis sentidos tal si hubiera bebido/cicuta o apurado un opiato hace solo/un instante y me hubiera sumido en Leteo”.
Para este artista plástico que nació en 1952 en Buenos Aires, Keats es un “chico malo”, o bad kid en el juego que la fonética propicia, y no tanto un moribundo incomprendido que quiere beber las aguas de uno de los ríos de Hades, como en su propia existencia. La referencia a la muerte o el adormecimiento por el opio se contrapone con la vitalidad que tiene el paisaje como reino de la Belleza en esta misma oda. Para el artista argentino, la Madre Natura cumple otro papel. Nada tranquilizador hay en las grandes telas de Sturgeon. Más bien, sus pinturas inquietan y movilizan esa visión más clásica de una naturaleza complementaria con el artista.
La artificiosidad del color, las formas espiraladas y envolventes, el recurso de la chorreadura, la abstracción y la pintura en carne viva hablan de otro modo de transgresión pero sin anularla, en absoluto. Son paisajes mentales, producto de una imaginación vasta que se deja llevar por el impulso creativo. Hay un ritmo más eléctrico y punzante en el devenir de las figuras de este plástico alumno de Gorriarena más que los trinos del ruiseñor que aquietan el alma compungida del joven inglés del siglo XIX. Igualmente hay música. Que como escribió alguna vez Keats: “Las melodías que pueden escucharse son dulces, pero aquellas que no pueden escucharse lo son más”.
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