domingo, abril 30, 2006

El viaje como tema, por Daniel Molina

José Luis Anzizar, en pleno vuelo




















El viaje es una invitación a lo desconocido; es la promesa de una nueva experiencia o de una emoción más intensa. En esto se parece tanto al amor que muchos artistas los han relacionado íntimamente. El viaje es un tema recurrente en todas las artes, en todos los tiempos y en todas las culturas. Desde los mitos de los indios americanos hasta las gestas medievales, pasando por la tragedia griega o el teatro japonés, el viaje es un núcleo vital que desencadena la representación y la narración. Borges sugirió que los temas esenciales del arte (y tal vez de la imaginación humana) son muy pocos y que la enorme variedad de obras que existen surge de ese repertorio muy limitado de metáforas.

Un vuelo personal
El viaje que propone la obra de José Luis Anzizar es muy diferente. Es una historia de amor por el viaje. Y es una celebración de la transición entre estados diferentes del ser que el viaje metaforiza, pero también realiza.

La muestra presenta obra sobre papel (dibujos, objetos, bordados y cosidos) y también excluye la figura humana para inscribirla con más fuerza. Los aviones semejan insectos fastuosos y rechonchos. Esas imágenes glamorosas y cansinas recuerdan que la crisálida señala también un pasaje: él que va de larva a mariposa. Como el insecto de alas tornasoladas, Anzizar se mueve en el aire. El avión es el medio en el que viaja: 630 vuelos reales son los jalones de la experiencia personal del artista (para la mente son 630 tránsitos entre estar aquí e ir allá, ser este y transformarse en otro). Sus planos de aeropuertos señalan un espacio inestable: el lugar en el que la vida está en transito.

Bolsas realizadas con mapas, menús bordados sobre servilletas que sobraron de un vuelo, avioncitos regordetes y gotas que difuminan los bordes: signos que ayudan a pensar lo que se fue elaborando en los viajes. Diario personal (muy íntimo), la obra de Anzizar es una celebración de lo que está en suspenso. Y de lo cual no se tiene otra memoria que los monumentos inestables que el papel y los colores permiten dibujar sobre el deseo de ser otro. Una especie de tatuaje de lo que no se puede pero se quiere ser.

(Elsi del Río, Arévalo 1748, hasta el 10 de junio).
Por Daniel Molina
Para LA NACION
Domingo 30 de Abril de 2006