Dime qué compras y te diré..., por Alicia de Arteaga
La edición 2006 de arteBA puso en foco un nuevo tipo de comprador: profesionales jóvenes, publicistas, gente del marketing que se acerca al arte por la cuota de glamour que aporta la palabra "coleccionista"
Ultimos minutos de feria. Es miércoles, pasadas las diez de la noche. Se ven caras sonrientes, hay ajetreo en los stands. Una larga fila de camiones de Delmiro Méndez espera en la puerta de los pabellones palermitanos, listos para el viaje de regreso a las galerías de las miles de obras de arte exhibidas en la edición 2006 de arteBa.
En menos de una hora, el montaje que duró meses pensar y armar será historia del pasado. Hay un balance en borrador que dice que la feria fue la mejor edición de su joven historia; por la cuidada selección, el parejo nivel, la visita de importantes curadores y la sensación de que esta remota Buenos Aires, además de bifes, tango y vinos boutique, está en condiciones de exhibir una oferta de arte contemporáneo de nivel internacional.
Lo decía con sus palabras Leandro Erlich, uno de los más notables exponentes del arte argentino actual, que, vaya a saber por qué, no estuvo representado en la feria con ninguna de sus obras. Ecléctica se llamó su instalación, que causó sensación en la última edición de ArtBasel Miami Beach. Erlich, con una pléyade de coleccionistas que lo siguen y la posibilidad de elegir dónde exponer, admite que arteBA trasciende el circuito: "Ninguna exposición lograría convocar en cinco días 100.000 personas, esa enorme visibilidad que la pone en boca de todo el mundo es algo único".
Así es. Por los pasillos de arteBa desfilaron Gabriel Pérez Barreiro, curador del Museo de Austin, Texas; Cuatéhmoc Medina, curador asociado de la Tate, de Londres; Julián de Zugazagoitia, del Museo del Barrio, de Nueva York. Coleccionistas como los Helft (Jorge y Marion), Eduardo Costantini, Eduardo Grüneisen, Aníbal Jozami, Ricardo Grüneisen, Graziella Crivelli, Luis Incera, Javier Iturrioz, Juan Vergez, Gabriel Werthein, Juan Cambiaso, Ignacio Liprandi, Julio Crivelli, Cristina Guzmán y los integrantes de la fundacion arteBa, firmes compradores de arte, comenzando por el presidente Mauro Herliztka y la vicepresidenta Marta Fernández, abocada actualmente a la adquisición de fotografías.
La feria debe ser el lugar de pertenencia de los artistas: son los proveedores y los verdaderos dueños del éxito. Muchos recorrieron los stands y conversaron con el público, desde León Ferrari hasta Marcelo Pombo, Pablo Siquier, Daniel García, Nicola Costantini, Edgardo Giménez, Marta Minujin (pareja explosiva ), Tatato Benedit, Polesello, Jorge Macchi, Alejandro Puente, Marcela Moujám, Julio Chaile, Alejandra Padilla, Antonio Seguí, José Luis Anzizar, Norah Correas, Dino Bruzzone, Sergio Avello, Magdalena Jitrix, Mariano Cornejo, Andres Waissman, más la troupe del Premio Petrobras: el talentoso Carlos Herrera, creador de la instalación L a carpa del amor ; los premiados Calvo y Pérsico y las chicas de Pequeño Bambi , el dúo que electrizó con la alternancia de grito pelado y voz aterciopelada.
En el mismo borrador de balance puede registrarse la presencia de nuevos compradores. Hombres y mujeres de treinta y pico, con presupuesto acotado pero con apertura mental a las tendencias más jugadas. Actúan seducidos, tal como lo planteó años atrás el broker Gordon Gekko (Michael Douglas) en el film Wall Street, por la pátina de glamour que tiene el arte contemporáneo: comprar una obra de arte es un acto de consumo de otra dimensión.
Si esta premisa vale para una obra de 2000 pesos, no hace falta imaginar la adrenalina y el vértigo que significa estar sentado en una sala de subastas levantando una paleta con un número que con cada movimiento agrega cientos de miles de dólares a la cotización de un cuadro.
Entre las diversas sensaciones que comprar arte provoca se cuenta la del hallazgo; la del descubrimiento de un artista nuevo que puede depararnos placer en lo inmediato y rentabilidad en el tiempo. Tal el caso de los "fenómenos" de esta edición de arteBA: Julio Lepez y Milo Locket, representados ambos por personas que conocen el oficio y acreditan reputación de funcionar en derminados círculos como tastemakers. María Eugenia Quesada (Dahrma Fine Arts) desembarcó en la feria con un proyecto que parecía audaz: exponer a un artista joven no demasiado conocido y figurativo en la opción que los anglosajones llaman one man show . Vendió todo. Lepez tiene 30 años, se formó en la Pueyrredón, es un buen dibujante y logró plasmar en sus trabajos una figuración contemporánea. "Milo Locket -dice su marchand Teresa Anchorena- viene del Noreste con una imagen propia, definida por la simplicidad del trazo con que resuelve la figura, una suerte de primitivismo a la Basquiat". Se cansó de vender.
En el otro extremo, la feria dinamiza también la comercialización de consagrados. Van como ejemplo el éxito de Jorge Mara, Rubbers, Sur y Palatina y, con buena obra, pero menos suerte, Héctor Mario Manuilo, de Van Eyck.
Por Alicia de Arteaga
De la redacción de LA NACION
Ultimos minutos de feria. Es miércoles, pasadas las diez de la noche. Se ven caras sonrientes, hay ajetreo en los stands. Una larga fila de camiones de Delmiro Méndez espera en la puerta de los pabellones palermitanos, listos para el viaje de regreso a las galerías de las miles de obras de arte exhibidas en la edición 2006 de arteBa.
En menos de una hora, el montaje que duró meses pensar y armar será historia del pasado. Hay un balance en borrador que dice que la feria fue la mejor edición de su joven historia; por la cuidada selección, el parejo nivel, la visita de importantes curadores y la sensación de que esta remota Buenos Aires, además de bifes, tango y vinos boutique, está en condiciones de exhibir una oferta de arte contemporáneo de nivel internacional.
Lo decía con sus palabras Leandro Erlich, uno de los más notables exponentes del arte argentino actual, que, vaya a saber por qué, no estuvo representado en la feria con ninguna de sus obras. Ecléctica se llamó su instalación, que causó sensación en la última edición de ArtBasel Miami Beach. Erlich, con una pléyade de coleccionistas que lo siguen y la posibilidad de elegir dónde exponer, admite que arteBA trasciende el circuito: "Ninguna exposición lograría convocar en cinco días 100.000 personas, esa enorme visibilidad que la pone en boca de todo el mundo es algo único".
Así es. Por los pasillos de arteBa desfilaron Gabriel Pérez Barreiro, curador del Museo de Austin, Texas; Cuatéhmoc Medina, curador asociado de la Tate, de Londres; Julián de Zugazagoitia, del Museo del Barrio, de Nueva York. Coleccionistas como los Helft (Jorge y Marion), Eduardo Costantini, Eduardo Grüneisen, Aníbal Jozami, Ricardo Grüneisen, Graziella Crivelli, Luis Incera, Javier Iturrioz, Juan Vergez, Gabriel Werthein, Juan Cambiaso, Ignacio Liprandi, Julio Crivelli, Cristina Guzmán y los integrantes de la fundacion arteBa, firmes compradores de arte, comenzando por el presidente Mauro Herliztka y la vicepresidenta Marta Fernández, abocada actualmente a la adquisición de fotografías.
La feria debe ser el lugar de pertenencia de los artistas: son los proveedores y los verdaderos dueños del éxito. Muchos recorrieron los stands y conversaron con el público, desde León Ferrari hasta Marcelo Pombo, Pablo Siquier, Daniel García, Nicola Costantini, Edgardo Giménez, Marta Minujin (pareja explosiva ), Tatato Benedit, Polesello, Jorge Macchi, Alejandro Puente, Marcela Moujám, Julio Chaile, Alejandra Padilla, Antonio Seguí, José Luis Anzizar, Norah Correas, Dino Bruzzone, Sergio Avello, Magdalena Jitrix, Mariano Cornejo, Andres Waissman, más la troupe del Premio Petrobras: el talentoso Carlos Herrera, creador de la instalación L a carpa del amor ; los premiados Calvo y Pérsico y las chicas de Pequeño Bambi , el dúo que electrizó con la alternancia de grito pelado y voz aterciopelada.
En el mismo borrador de balance puede registrarse la presencia de nuevos compradores. Hombres y mujeres de treinta y pico, con presupuesto acotado pero con apertura mental a las tendencias más jugadas. Actúan seducidos, tal como lo planteó años atrás el broker Gordon Gekko (Michael Douglas) en el film Wall Street, por la pátina de glamour que tiene el arte contemporáneo: comprar una obra de arte es un acto de consumo de otra dimensión.
Si esta premisa vale para una obra de 2000 pesos, no hace falta imaginar la adrenalina y el vértigo que significa estar sentado en una sala de subastas levantando una paleta con un número que con cada movimiento agrega cientos de miles de dólares a la cotización de un cuadro.
Entre las diversas sensaciones que comprar arte provoca se cuenta la del hallazgo; la del descubrimiento de un artista nuevo que puede depararnos placer en lo inmediato y rentabilidad en el tiempo. Tal el caso de los "fenómenos" de esta edición de arteBA: Julio Lepez y Milo Locket, representados ambos por personas que conocen el oficio y acreditan reputación de funcionar en derminados círculos como tastemakers. María Eugenia Quesada (Dahrma Fine Arts) desembarcó en la feria con un proyecto que parecía audaz: exponer a un artista joven no demasiado conocido y figurativo en la opción que los anglosajones llaman one man show . Vendió todo. Lepez tiene 30 años, se formó en la Pueyrredón, es un buen dibujante y logró plasmar en sus trabajos una figuración contemporánea. "Milo Locket -dice su marchand Teresa Anchorena- viene del Noreste con una imagen propia, definida por la simplicidad del trazo con que resuelve la figura, una suerte de primitivismo a la Basquiat". Se cansó de vender.
En el otro extremo, la feria dinamiza también la comercialización de consagrados. Van como ejemplo el éxito de Jorge Mara, Rubbers, Sur y Palatina y, con buena obra, pero menos suerte, Héctor Mario Manuilo, de Van Eyck.
Por Alicia de Arteaga
De la redacción de LA NACION
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