lunes, septiembre 03, 2007

El arte de la elegancia, por Daniel Molina

El arte de la elegancia
Por Daniel Molina

I

El tiempo del arte es el instante: un tiempo que está fuera del tiempo. La materia del arte tiene el espesor del sueño: es un fantasma que nos alucina y se diluye ante nuestros ojos enceguecidos. El arte ocurre: es un pequeño milagro que estalla de improviso.
El mundo no tiene sentido, pero para vivir en él necesitamos creer que sí lo tiene. De las tres fuentes del sentido, las dos que predominaron durante siglos -la religión y la política- ya no nos convencen. Dios ha muerto hace mucho y la máquina política es un robot eficiente que no nos necesita ni para que lo alimentemos. Sólo nos queda el arte. “Sólo nos queda el arte” quiere decir que tenemos la posibilidad de reinventar la vida. Sin dioses que nos obliguen (pero también que nos protejan) y sin amos que nos sometan (pero también que nos guíen) estamos condenados a ser libres. En ese desamparo, podemos imaginar nuevas riquezas, colores que nadie soñó, formas imposibles.

II

Cuando Fernando Entin me invitó a curar una muestra en su galería, con el único límite del espacio físico, supe inmediatamente que quería hacer una pequeña muestra colectiva. Porque una colectiva significa la puesta en escena de un trabajo en conjunto. Eso siempre es un desafío. Al enfrentarse a las otras cosmovisiones, el trabajo de cada artista se resignifica. Muestra lo que se ve cuando está solo, pero, a la vez, se carga de nuevos sentidos. Una muestra colectiva es también una alegría, porque el diálogo es la base de la vida civilizada: es en ese puente que se tiende entre miradas diferentes que se construye nuestro mundo compartido.
Hay varios artistas cuyas obras me apasionan y me inquietan, pero desde el comienzo supe que en esta muestra tenían que estar Bianki, Jorge Miño y Leo Estol. A diferencia del criterio curatorial más difundido (que consiste en someter al artista a un concepto previo y exterior a él, y confinarlo al papel de mero ilustrador), creo que el curador debe cuidar (amar, pensar) el proyecto que cada artista está desarrollando por sí mismo. Y al ver mentalmente la puesta en relación de los proyectos de estos tres artistas surgía en mí una extrañeza que me daba una serena felicidad.
A esa alegría tranquila preferí llamarla “elegancia”, que es de por sí algo indefinible (la Real Academia define a esta palabra como “forma bella de expresar los pensamientos”, pero más que una definición cerrada es una metáfora abierta). Al ver en diálogo los proyectos de Bianki, Miño y Estol no pude más que sonreír: no transmiten ningún mensaje. No son discursos, sino poesías: invitan a jugar el arte de la elegancia.

III

Bianki trabaja en la escala de lo ínfimo y de lo infantil. Toma un papel de caramelo y lo transforma en un muñequito, que se multiplica por decenas. Dibuja sobre un boleto de colectivo un paraíso en miniatura. Sus figuras poseen la sabiduría esencial de los que no conocen la maldad. Como el prestidigitador, Bianki hace un bollo con el pañuelo y al volver a extenderlo sale volando la paloma y dando brincos el conejo. Es un sofisticado mago que apuesta a los gestos pequeños para producir grandes efectos.
En las fotografías de Jorge Miño el espacio y los objetos adquieren una cualidad abstracta. Los aviones sobre la pista se disuelven en blancos desteñidos y en grises que se deshilachan. Su mirada desmaterializa los objetos. En sus obras todo se disuelve en la luz. Cada una de sus fotos sueña con el vacío inicial; esa matriz de la que surgieron todas las cosas y, también, las ideas que tenemos sobre las cosas. Ver, para Miño, es inventar.
Las imágenes de Leo Estol son una invitación a soñar. Y podemos soñar todo porque no nos impone nada: sus fotos son pura poesía visual. La figura abstracta que formó el mar sobre la arena; los restos de gelatina en el cuenco que la contuvo; sorbetes de colores arrojados a la basura; las páginas de un libro de arte: no documenta ni cuenta una historia. Ofrece una oportunidad. Especie de antropólogo de lo infrasutil, Estol registra aquellos huecos por los que el mundo expresa su silencio. Más que mostrar objetos, sus fotos revelan energías.

IV

“Sólo nos queda el arte” significa que podemos imaginar todo porque nos sabemos efímeros. Podemos imaginar todo porque nuestro saber es más parecido al sueño que a la razón. Nuestro instante es ahora Vivimos en mundos que declinan. Imaginamos bellezas que huyen. Estamos hechos de la madera de nuestros sueños.